Me llamo Luis, soy inversor y trader. Trato de evitar por todos los medios,cuando opero en Bolsa, la avaricia. Cuando me veo atrapado por ella puede ser el más peligroso de los detonantes, capaz de destruir de un plumazo todos los diques mentales que, día a día, trabajo para mantener fuertes y capaces de no desbordarse por el inevitable flujo emocional que conlleva el trading.
Pero si el cerebro límbico, responsable de la percepción no consciente, de las respuestas emocionales, entra en la ecuación, trayendo consigo el miedo, la indecisión, el animo de revancha, el intento de promediar operaciones, se masca la tragedia.
Tras tropezar más de dos y tres veces con la misma piedra, me di cuenta que no era lo peor que me podía pasar, los días que me sobrepasaban las emociones y aún así no dejaba de operar, he hecho cosas que , vistas en perspectiva , son absolutamente absurdas. Mi cerebro reptilíano había tomado los mandos. Algo que no sólo puede hundir una cuenta en un momento, sino que también pasa una dura factura emocional, en mi caso, incluso física.
Por lo que he intentado, no sin fallar de vez en cuándo, establecer un indicador de emergencia, algo que se ilumine y me marque inequívocamente que no es mi día. Mi señal de peligro es la avaricia.
Pero otra cosa que el tiempo me ha dado a entender es que la avaricia no tiene porqué ser sinónimo de ambición. Algo que culturalmente no es fácil interiorizar, eso seguro. La ambición se confunde con la avaricia al punto que puede llegar a ser socialmente reprochable ser ambicioso.
La ambición es buena.
Este era el principal argumento de Gordon Gekko, de la película Wall Street 2 «El dinero nunca duerme» ante una sala abarrotada de accionistas. Si habéis visto «Wall Street» os será más difícil extrapolar el argumento de la moral, laxa, del propio personaje. Os pido, especialmente, que seas permisivos con el mensaje sin tener en cuenta quien lo emite.
En España, y tengo la impresión, de que también en América Latina el término «ambición», tiene unas claras connotaciones negativas. Pero, ¿por que?
En mi opinión es un lastre arrastrado por nuestra sociedad desde la Revolución Industrial, que moldeó un sistema social y educativo favorable a la formación de mano de obra cualificada técnicamente, pero con pocas nociones de humanismo. Se trataba de crear piezas eficientes y bien engrasadas para nutrir al naciente sistema.
Pero en pleno siglo XXI y en ciernes de una nueva revolución, ¿por que no somos capaces de cambiar de paradigma? Quizá sea el momento de abrazar la ambición, pero con mayúsculas.
La ambición ha sido la que me ha movido, la ambición es la que me hace permanecer en el momento, estar abierto a aprender de todos y de todo, atento a las oportunidades. Es la ambición la que me reúne con personas también ambiciosas, gente que enriquece mi vida, que me plantea desafíos, que me motiva y de la que nunca dejó de aprender. Por suerte a estas alturas de mi vida he «salido del armario», y puedo decir con orgullo, ¡soy ambicioso!
¿Alguien quiere no aprender nada más de la vida? ¿Ni asumir nuevos retos? ¿O dejar de conocer a personas verdaderamente abundantes? ¿Explorar los límites de la tan manída zona confortable? Quien no quiera seguir creciendo que renuncie a toda ambición, como renunciaban a toda esperanza quienes cruzaban las puertas del Tártaro.
La ambición no es buena, es vida, si tienes un «para que» que te lleva a la felicidad.
Este articulo es una colaboración de:
Luis Fernández García de las Heras
https://www.facebook.com/sito.heras.7